Ya pasaron las fiestas, los excesos, las comidas familiares. Llegó el mes de enero y con él, como todos los años, el propósito de hacer dieta.
Entonces comienza la frenética carrera por encontrar la mejor dieta, la de moda, la que no has probado aún. Siempre enfocando todo tu esfuerzo en que te ofrezca la mayor pérdida de peso y de forma rápida.
Seguro habrás escuchado sobre las dietas de moda: détox, comer limpio, Keto, ayuno intermitente, hay algunas que las están disfrazando con el nombre “bienestar”, “comer saludable”. Si las evaluamos detalladamente, esas dietas ofrecen las mismas bondades, el principio básico de todas, es restringir algún tipo de nutriente, ya sea: carbohidratos, gluten, grasas, lácteos, déficit calórico, conteo de calorías, porciones etc. La diferencia fundamental es, el nombre y el marketing utilizado para comercializarlas
Me gustaría que reflexionaras y te sinceres ¿has hecho alguna de esas dietas? seguro que sí. ¿te han funcionado? Si estás leyendo este artículo, seguramente la respuesta es: no. Por qué estoy tan segura de ello, pues por experiencia sé que ninguno de estos regímenes es sostenible en el tiempo. Estudios clínicos Grodstein, F y col. (1996); Neumark-Sztainer D. y col. (2007) y O´Hara. L & Taylor J (2018), entre otros, han demostrado que del 95 al 98% de las dietas no funcionan, que en casi todos los casos, el peso perdido se recupera, e incluso se aumenta aún más el peso que se perdió.
Además de la imposible continuidad, las dietas no funcionan por muchos otros motivos, pero una de las razones principales, es porque producen una disminución de tu metabolismo. Cuando sometes a tu cuerpo a restricciones, el organismo entra en estado de supervivencia, y como mecanismo compensatorio lo que hace es, ahorrar energía. Tu cuerpo no es capaz de discriminar si el déficit calórico es intencional o no, él lo interpreta como un estado de hambruna. Por lo cual trabaja en consecuencia para preservarse. Adicionalmente, nuestro cerebro activa una serie de mecanismos fisiológicos secundarios, como consecuencia de la privación, uno de ellos es, a mayor privación, más deseo, o hambre en este caso.
Organismos que no han vivido la activación del estado de supervivencia de su metabolismo, tienen a superar fácilmente el proceso de una dieta, es por ello que las personas muy jóvenes tienen éxito con estos procesos. Pero a medida que crecemos y exponemos nuestros cuerpos a más dietas, el organismo se va ralentizando, por ello las personas que vienen haciendo dietas de forma crónica, les es más difícil conseguir reducir los números en la báscula.
Las primeras dietas son como una luna de miel, todo es bonito, fácil y funciona, pero a medida que te vayas sometiendo más a ellas, sus resultados son menores, hasta el punto de no funcionar en lo absoluto.
Las dietas están tan normalizadas en nuestra cultura occidental, que las personas no se dan cuenta de sus efectos negativos. Por el contrario, después de pasar por ellas, se sienten culpables y fracasados, cuando la culpa son los objetivos imposibles de la cultura de la dieta, que son insostenibles en el tiempo.
Escucho muchas veces en mi consulta: “Ya casi no como y no pierdo peso”, es muy posible que una de las principales razones de que esto suceda, es que ya el metabolismo se ha afectado seriamente. Porque, lo que sí logran las dietas, es hacer que pierdas la percepción de sentir tus señales de hambre y saciedad. Es por ello, que al final terminas comiendo cuando no tienes hambre, y cuando debes tenerla, no la percibes. Todo debido a que tus hormonas se han desequilibrado.
Además, otra de las consecuencias de “romper la dieta”, son los profundos sentimientos de culpa o fracaso que dejan. Este proceso de forma crónica, puede producir mucho cortisol, que es la hormona del estrés. Si esta liberación continua de cortisol, causada por la ansiedad que produce el pensamiento persistente de querer perder peso, se convierte en crónica, los niveles de esta hormona se alteran, generando un efecto dominó sobre el resto de secreciones, que pueden terminar por ocasionar otros problemas endocrinos. Además, el miedo a comer, el estigma del peso y el “efecto yoyo”, están asociados al padecimiento de enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión e inflamación en general (Wu & Berry, 2017), sin dejar de lado los dañinos efectos psicológicos que generan.
La creencia de que el peso y la salud son directamente proporcionales, está muy arraigada en la cultura occidental. Pero hoy día hay suficiente evidencia científica, que ha demostrado que la obesidad no es causa de enfermedades, existe una asociación, más no una causalidad.
Por otra parte, las dietas pueden ser un detonante, para desarrollar un trastorno de alimentación, que puede alterar toda nuestra vida. La Dra. Heba Essawy informa que la National Eating Disorders Association (NEDA) reporta que un 35 % por ciento de las personas que se someten a dietas desarrollan un patrón patológico de alimentación, con alto riesgo de caer en un trastorno de alimentación (Shisslak & Crago, 1995).
Te debes estar preguntando y entonces ¿Qué hago? La respuesta ya la conoces: ¡No hacer dietas! esto solo va a hacer que entres en un callejón sin salida.
Mi sugerencia: empieza a mejorar tu relación con la comida.
¿Cómo puedo lograr mejorar esa relación? en el un próximo artículo, te estaré hablando de los pasos a seguir para mejorar dicha relación.
Si quieres saber cómo mejorar tu relación con la comida, puedes contactarme para que conversemos y encontrar las soluciones que mejor se adapten a ti.
Llámame, estoy para escucharte.