Verla tenía un sentido ambivalente para mí, en principio le percibía como un ser disfrazado con una bata blanca, burlón, dispuesto a hacerme daño.
Pues en aquel momento (y a veces de nuevo), el alimento era el enemigo y un nutricionista es sinónimo de ello.
Con el tiempo, cuando empezó a volver la consciencia; entendí que esa persona estaba ahí como luz en las sombras. Que quizás era algo estricta, porque se trataba de mi vida y que la mínima señal de flaqueo le permitía a la enfermedad cumplir su macabro objetivo.
Durante años las consultas siguieron ese mismo guion entre blanco y negro.
Hoy desde la distancia, con un breve camino recorrido, pude vislumbrar que realmente me había salvado; que el propósito iba más allá de una mera profesión. Era humano, era querer al paciente como a un hijo más; aunque a veces no pudiera ni abrazarle.
¡Gracias siempre!
D.L