Hace varios años me diagnosticaron un TCA. Me sentía sola, incomprendida y con una necesidad inmensa de cambiar mi aspecto físico. No sabía que hacer, estaba confundida, tenía muchísimas preguntas y todos mis pensamientos se basaban en comida. Me obsesioné con algo que nubló muchos aspectos de mi vida, pero que más adelante dejó gran cantidad de aprendizajes.
Me acuerdo perfecto de la primera vez que mis papás me llevaron a consulta con Beatriz, estaba molesta, sobretodo nerviosa porque ya había pasado por cualquier cantidad de especialistas, pero ninguno me hacía sentir lo suficientemente cómoda. Yo estaba consciente de que necesitaba ayuda, pero no estaba del todo dispuesta a aceptarla, sin embargo eventualmente di mi todo para mejorarme (aunque me costó muchísimo).
Me sentía triste la mayoría del tiempo, pero sabía que cuando llegaba el día de mi consulta, iba a encontrarme con Bea, quien siempre estuvo dispuesta a ayudarme, a explicarme las cosas mil veces y nunca falló en ser una de las personas que más me apoyó durante mi proceso.
Cuando cuentas con un TCA, lo que menos quieres es a alguien que te controle y te diga qué hacer, pero para salir de esa situación tienes que saber que los especialistas no son tus enemigos, son personas que te brindan herramientas necesarias para recuperarte y que a veces llegan a convertirse en una amigo más, al cual le cuentas tus angustias y preocupaciones.
Después de tantos años, siento que todo esto pasó en otra vida y estaría mintiendo si dijera que me siento 100% conforme con mi cuerpo, lo que si puedo decir es que hoy en día gracias a todo lo que aprendí con Bea, puedo combatir pensamientos dañinos y estar consciente de que soy mucho más que solo mi peso.